¡Bienvenidos al Rincón de la Tía Betty!
En esta ocasión no tengo una receta para ustedes, pero sí mucho corazón en estas líneas. Sé que nuestros vecinos del norte nos han influenciado mucho, pero es mi deber de tía, hacer que todos mis sobrinas y sobrinos conozcan sus tradiciones y me ayuden a conservarlas.
El día de hoy le hablaré del Día de Muertos, por mucho la mejor celebración que puede existir (para mi, al menos). Y yo sé, la navidad es hermosa, también me encanta, pero hay una diferencia y a continuación se las contaré.
Desde que tengo memoria mi mamá y mi abuelita se encargaron de enseñarme a amar esta tradición, y no solo por el pan o los platillos que se preparan, la razón principal es, que es la única celebración en donde podemos celebrar junto con aquellos que ya no están en este plano. Creo que eso es lo que más disfruto del Día de Muertos.
Recuerdo que mi abuelo falleció cuando era chiquita. Yo era la luz de sus ojos, o sea la consentida, tanto que era a la única que dejaba “echar carreritas” en su silla de ruedas. Él era diabético y le habían tenido que amputar una pierna cuando era más joven. Dicen que era muy enojón cuando eso pasó, pero nunca lo creí, porque conmigo siempre estaba feliz y hasta hacía bromas acerca de ello.
Pero bueno, el punto es que cuando él faltó yo me puse muy triste porque no podía sacar de mi cabeza el hecho de que físicamente nunca más lo volvería a ver. Mi mamá y mi abue respetaban mi duelo, pero ya no podían más con mi tristeza y decidieron intervenir.
Recuerdo que era un primero de noviembre por la mañana cuando mi abue me despertó muy temprano para que la acompañara a la Central de Abastos. Llevábamos un carrito de metal con jaladera, y ese nomás lo usábamos cuando llevábamos muchas cosas y como me entró la duda, mejor le pregunté: Abue, ¿porque traemos el carrito, mi mamá ya compró la fruta de la semana?
Ella sonrió y me dijo: “Hoy es un día muy importante porque tu abuelo viene de visita, hay que comprar el mole, también el amaranto para su calaverita, mira que era bien dulcero y decía que de azúcar no, porque se estaba cuidando. Falta el piloncillo, el anís, el azúcar glass y todo lo necesario para su pancito de muerto. También la canela para su cafecito antes de dormir y todas esas cosas que tanto le gustaban”.
Yo me quedé llena de dudas, pero ya no dije nada. Quería entender, ¿cómo era posible que mi abuelito que había fallecido a principios de año, viniera en noviembre a cenar a la casa?
Mi abue usó el famosísimo instinto y sin decir agua va, soltó unas palabras que nunca olvidaré:
“Sé que no me crees cuando te digo que tu abuelo vendrá a cenar esta noche, pero sí, él vendrá. Tal vez no como lo conocemos, porque quien vendrá es su alma, porque el Día de Muertos las almas de nuestros difuntos vienen de visita a disfrutar un poco de lo que tanto les gustaba.
Por eso estamos poniendo esta ofrenda, para que él sepa que lo estamos esperando y que siempre está en nuestros pensamientos. Estoy segura que eso lo pondrá feliz. Además tú siempres serás su consentida, así que ten por seguro que te dejará algo para que mañana te lo puedas comer”
Yo tenía 6 años cuando mi abue me dijo eso y desde entonces, siempre espero con ansias el Día de Muertos para recibir, ahora a los dos como se merecen, recordándoles que siempre estarán en mi mente y sobre todo en mi corazón.
Espero les haya gustado y me ayuden a compartir la nota para que más sobrinas y sobrinas me lean. No olviden darme like en Face y seguirme en Instagram. Gracias por leerme.
Yo, soy la Tía Betty y es un placer compartir con ustedes.
¡Hasta la próxima!